La Ciudad Vacía. Poemas. (I)

No creo que este poemario sea la excepción que confirma la regla. A mi entender las fotos que conformaron esta exposición reflejaban la belleza, incluso aquella belleza que pueden llegar a tener las cosas que a priori nos parece imposible que pudieran llegar a tenerla; los arrabales de una ciudad, las infraviviendas, los servicios malos o inexistentes, pueden genrar estampas dotadas de sutil belleza.

No fue mi intención al crear “City Emptiness”,  justificar o denunciar nada, sólo dejar a los espectadores con la opción de contemplar algo que podía ser bello, algo sobre lo que pasamos delante todos los días sin fijarnos,  a pocos metros de la M-30 en este caso, podría ser cualquier otra ciudad, agobiados por las prisas, el trabjo, los colegios, una cita….. Lo cierto es que cuando contemplé el resultado final, ví que se podía contar una historia, no sólo visual, sino literaria, en este caso poética, y decidí que algún día ésta vería la luz.

La historia la forman cinco fotografías de la exposicicón y cuenta el viaje de un ser anónimo en busca de un posible mundo mejor, en las antípodas de su vida cotidiana, pero a dos pasos de distancia de ella. El poemario lo publicaré en cinco diferentes entradas.

Es la primera vez que publico un texto escrito, aunque tengo varios, sobre todo relatos, y algunas historias sin terminar que podrían ser más largas, por lo que ignoro totalmente su posible calidad, y pido de antemano una crítica constructiva, y cierta conmiseración por mi posible torpeza.

 

La Ciudad Vacía

Gélida noche, vuelta a casa,

tras la ventana

del último tren,

contempla aturdido,

embotado,

el paso silencioso

de la ciudad dormida, desierta,

de la que cree oír la rítmica respiración

de su profundo sueño,

y piensa

en la relación de su ser

con el gigante de piedra

que durante el día le atrapa,

como a miles de otros seres,

en la vorágine,

actividad frenética,

reglada,

y a la vez caótica,

despojada de toda humanidad,

cruel y misérrima,

y los sentimientos

y los anhelos

de sus moradores chocan,

se cruzan, se rechazan, se juntan,

pero que al anochecer,

enfundada en raso negro,

nos permite vislumbrar nuestro propio yo,

como naufrago solitario

en un océano calmo e inabarcable,

iluminado por la luna llena,

y así poder zambullirnos

sentido último de nuestra existencia.

Así, mientras

ya camina

por el apeadero de la estación,

con las manos en los bolsillos,

cual fantasma errante

en busca de consuelo

no correspondido,

y la cara ajada por el punzante

Frío,

las preguntas fluyen

confusas

por delante de su mente aterida,

como maderos flotando,

Río

sin guía de expertos gancheros,

y las respuestas

se agolpan,

inconexas, desordenadas,

siempre acusadoras;

¡no hiciste!, ¡no quisiste!, ¡no debiste!, ¡no pudiste!,

por lo que él,

agobiado,

apremia el paso,

bajo la tenue luz

de las farolas,

y se pierde

en el negro manto de la ciudad

vacía.

 

 

 

 

 

 

 

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